De repente ves que caes. Sabes que está ocurriendo y puedes intentar detenerlo, pero hoy has decidido no hacerlo. Te sientes un completo imbecil y sabes que no es así, pero el vacío te arrastra y cubre de sensaciones depresivas. Ahora te sientas e intentas escribir sin saber muy bien que saldrá, aunque no se augura nada bueno. E intentas llorar. Quizás eso te desahogue. Pero apenas consigues que una lagrima se estrelle contra tu maltrecho teclado.
Y observas como se pierde entre las teclas. Y tu preciado prisma de ver el mundo se empaña. Y, de repente, todo oscurece. Y la noche y el silencio te envuelven. Y aunque ese silencio te trae sosiego aun no es capaz de detener tu caída. Y abres la ventana para sentir la brisa fresca de la noche que ya anuncia el final del verano. Y filtras en tu cerebro otros ruidos cotidianos para centrarte en el sonido de los arboles al ser mecidos por el viento. Y eso te devuelve un poco a tu ansiado equilibrio. Parece que al menos detiene tu caída. Y poco a poco tus ojos pierden su oscuro brillo y albergas una leve esperanza. Y te gustaría tener cerca una mano amiga que te acaricie sin juzgarte. Que te acompañe incondicionalmente. Sólo un momento. Sabes que después saldarás tu deuda generosamente y que además lo harás gustosamente... Pero sólo encuentras el vacío, el silencio, la leve brisa y el sonido de los arboles mecidos por el viento.