Cargo con dos niños pequeños en mis brazos. Es tarde y se han dormido. Les ilusionaba asistir al cine de verano y no supe negarles ese capricho. Apenas puedo ya con ellos y cerrar las puertas del coche se convierte en un ejercicio de fuerza, equilibrio y habilidad. Lo mismo que abrir la puerta del garaje, llamar al ascensor o abrir la puerta de casa. Pero afronto cada reto con determinación y salgo victorioso... por los pelos. Acostar a cada uno en su cama, tras ponerles el pijama mientras ellos colaboran en parte de forma instintiva, ya resulta un alivio.
Ahora tengo algo de tiempo para mi y pienso...
Quién me iba a decir que yo, que odiaba tener mascota por miedo a la responsabilidad que ello implica, iba asumir con tanta naturalidad la dependencia de dos adorables criaturas. Bueno, responsabilidad al 50% con Marta (no quiero menospreciar la fortuna que tengo con mi generosa ex), pero responsabilidad al fin y al cabo. Ya no puedo imaginar mi vida sin ellos, aunque, como todo padre, algún día acabas desquiciado. A veces creo que no puedo. Que no seré capaz de llevar esta paternidad adelante. Pero no hay opción, ni quiero imaginarla. Hay que seguir adelante.