Y cuando ya todo parecía perdido, cuando la derrota había mellado mi esperanza, cuando parecía que todo se había esfumado, apareció, como un anhelado deseo, aquella débil luz al fondo de un pozo que parecía que no tenía fin. Y en pocos días esa débil luz fue inundándolo todo, expandiéndose sin vergüenza y casi diría que con rabia, como animal enjaulado que ve abierta la posibilidad de libertad y se lanza a por ella con todo su impulso vital.
Así ocurrió y nada pudo detener aquel impulso. No pude ni quise luchar contra el, porque no había nada en el mundo que pudiera hacerme tan feliz como recuperarla.
No empezábamos de cero. Las mochilas seguían cargadas de recuerdos.
Reconozco que no supe olvidar. Que no acepté del todo las explicaciones. Que la duda seguía ahí. Que nadie cambia de un día para otro. Que simplemente maquillamos nuestra apariencia para no parecer leones cubiertos con la piel de cordero. Que no creí que su amor fuera sincero sino egoísta. Que me quería a mi de una forma que no podía ser, porque pretendía anular mis circunstancias. Circunstancias, por otro lado, que siempre habían estado allí. Que no me amaba a mi sino a lo que ella creía que yo podría ser, no a lo que era, ni siquiera a lo que yo podría querer ser.
Me cansé de ir siempre con una maleta encima, sintiéndome en un viaje intermitente a ninguna parte.
Y no pudo ser.